Rodrigo Ávila, que fue director de la PNC, viceministro de seguridad y candidato presidencial de ARENA, asegura que el repunte de homicidios perpetrado por las pandillas el pasado fin de semana demuestra que esas estructuras criminales tienen la capacidad instalada para arrodillar con su fuerza al Gobierno.
Eugenio Chicas, dirigente del FMLN y secretario de comunicaciones del desgobierno de Sánchez Cerén, afirma que los gobiernos de su partido fracasaron ente las maras porque optaron por una imposible solución coercitiva.
En resumen, el arenero y el efemelenista coinciden de manera implícita en una supuesta imposibilidad de que el Estado pueda derrotar a los criminales y, en consecuencia, debemos entender que lo mejor sería atender la sugerencia del exministro de la Defensa de los dos gobiernos del FMLN: dialogar y negociar con las maras, llegar a un acuerdo de paz con ellas e integrarlas al sistema convirtiéndolas en partido político legal.
El cálculo de Munguía Payés era el siguiente: entre pandilleros activos, unos 70,000, más sus entornos familiares, unos 400,000, estaríamos hablando de casi medio millón de votos, los suficientes para garantizar la gobernabilidad en El Salvador.
Más que falso, todo ese planteamiento era la formulación de una estrategia espuria para apuntalar primero a las ambiciones personales de poder del propio Munguía Payés, que eventualmente pondría esos votos al servicio de ARENA o del FMLN en dependencia de quién pagara más.
Por eso tanto ARENA como el FMLN no combatieron realmente a las pandillas, y terminaron pactando con ellas. Con ese pacto las fortalecieron y les cedieron el control del territorio. De esa manera, y contando con factores de complicidad en el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, los criminales sí llegaron a entronizarse efectivamente y pudieron poner al Estado de rodillas.
Pero todas esas condiciones de ventaja, sobre todo las de complicidad de los poderes del Estado, fueron canceladas de tajo por el Gobierno de Nayib Bukele, que además desplegó un exitoso Plan Control Territorial, que de entrada obligó a los criminales a entrar en una fase de repliegue profundo.
En esas nuevas condiciones, las pandillas ya no pudieron mantener el índice mínimo de promedio de asesinatos, unos 10 por día, con el que apuntalaban su poder de extorsión, y su capacidad operativa comenzó a disminuir en forma progresiva y acelerada.
Esto es lo que explica por qué sus dos recientes intentos por incrementar significativamente los homicidios han sido derrotados por completo en menos de 48 horas y que, además, el resultado final de esas tentativas haya sido tan desastroso para ellas.
Los criminales aún pueden lastimarnos con su locura homicida, pero ya no constituyen una amenaza para el Estado y se han reducido a ser un problema marginal de seguridad pública. Ya no tienen ninguna capacidad de reorganizarse y, con esas locuras, más bien están asegurando y acelerando aún más su propia aniquilación definitiva.
La diferencia es que hoy se enfrentan a la inteligencia, la firmeza y la valentía, y no a la deplorable pusilanimidad de los gobiernos anteriores. La diferencia es que hoy en el puesto de mando está Nayib.
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